El baile de los que sobran

A los peruanos nos gusta bailar. Cimbrear el cuerpo nos es inherente casi como respirar, pero hacerlo frente al espejo para deleite propio no tiene gracia, no señor. Así no juega Perú. Tiene que ser en mancha, con la gentita, y ahí sí no solo bailamos -el término queda corto para este placer colectivo- si no parrandeamos, toneamos, rumbeamos, juergueamos y jaraneamos, porque nuestro ADN en vez de nucleótidos, está compuesto de ritmo color y sabor. Ritmo para vacilar.

Somos festivos por naturaleza. Siempre encontramos un motivo para juntarnos y celebrar, y si no lo hay, lo inventamos. Basta con ver nuestro calendario colapsado de efemérides para todo. Nuestra pasión por festejar llega a tal punto que en el Perú, halloween perdió la batalla frente a la guitarra con cajón.

Ya don Ricardo Palma daba cuenta de nuestros arrumacos en la pista de baile cuando registró en una de sus sazonadas tradiciones la mayor juerga ocurrida en la Lima Colonial. Según la crónica, fue un tonazo de aquellos. Nos gusta mover el esqueleto pues.

Siglos después, el toque de queda impuesto por el gobierno militar de Velasco Alvarado no pudo contra nuestro instinto parrandero. Mientras las calles eran ocupadas por tanquetas y soldados enarbolando fusiles, en los interiores de las casas se armaban trasnochadas jaranas que se iniciaban con el toque de sirenas que daba inicio a la encerrona y culminaban al canto del gallo. En esas épocas eran famosas las cumbias de Rulli Rendo, cuyos elepés se denominaban ocurrentemente "De Toque a Toque”.

Experimentamos luego otras inmovilizaciones nocturnas, ya sea por el conflicto armado interno en los ochentas o el autogolpe fujimorista en los noventas. En ambos casos, igual le sacábamos la vuelta a las disposiciones gubernamentales. Esta vez, las reuniones eran con cassettes o discos compactos al ritmo del Baile de los que Sobran de Los Prisioneros, o el Meneito de Natusha; obvio, con la coreografía al ritmo del coro sonsonete.

Sin embargo, mientras unos aprovechaban el encierro obligatorio para el bailongo, otros se jugaban la vida fuera para darnos una sociedad diferente. Varios de ellos perdieron la vida en el intento. Ese era el Perú extramuros que no podíamos ver, o quizás no queríamos ver. Épocas de dolor del que intentábamos escapar con lo que irónicamente mejor podíamos hacer... celebrando.

Hoy vivimos un nuevo episodio de confinamiento. Un nuevo toque de queda. La pandemia causada por el coronavirus nos obliga a mantenernos aislados de amistades y familiares con los que solíamos reunirnos para festejar y bailar. Ironías de la vida, estamos entrando a la etapa que el científico peruano Ragi Burhum denomina el Huayno, porque se danza con el virus en un tira y afloja de decisiones según se mueva este. Literalmente, nos tocó bailar con la más fea.

La pandemia recrudece y la cifra de fallecidos aumenta pavorosamente de un día a otro. A pesar que el Gobierno venía flexibilizando algunas medidas, un nuevo fenómeno social aparece con la intención de echar a perder lo avanzado. Sí. Nuestras consabidas reuniones sociales.

Nos advirtieron que las cosas empeorarían si nos reuníamos como antaño. Lo preocupante no es que se contagian los celebrantes, sino que se convierten en vehículos andantes de parásitos invisibles, esparciendo a diestra y siniestra las cepas virulentas cuyo radio de alcance ni la ciencia tiene certeza; por lo tanto, encontrarnos con los nuestros es prácticamente contagiarlos, y estos contagiar a los suyos.

Pero nos pica los pies. Parece que nuestro organismo nos pidiera juerga antes que oxígeno. ¿Pero será oportuno saltar las normas ahora? ¿será justo para los más vulnerables que armemos un tonito clandestino, así asolapado, con sus chelitas? ¿será pertinente bailar de toque a toque? No. No lo es. y hasta me atrevería a decir que es un acto criminal.

Muchos quisieramos reencontrarnos con nuestros familiares y amigos, reír y abrazarnos. Pero no es el momento. Aunque nuestra historia nos estigmatice como jaraneros, esta vez no tomemos parte de este nuevo y condenable baile, el baile de los que están demás en esta sociedad, el baile de los que sobran. 

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