Agricultora asegura haber descubierto la cura del COVID-19

Inocenta Anicama, alegre cañetana de 47 años, mira como desde un balcón privilegiado la pandemia. ¡Con esto vencí al Covis!, dice a su estilo y oronda, mientras coge cuidadosamente un vasito transparente con un líquido marrón claro.  Esto mata al bicho- agrega, estirando el cuello para, de un tirón, zampar a su garganta la inusual medicina, la misma que espera se haga famosa en las redes.

 

Pero para llegar a tal conclusión, tuvo que ser su propio conejillo de indias. Probó cuanto remedio salía recomendado en la tele, YouTube, Facebook, o los que le reenviaban en los quince grupos de Whatsapp a los que pertenece.

Como muchos, al inicio le era indiferente las noticias de la pandemia en otras latitudes. -No llegará hasta el Perú- decía, saboreando su carapulcra con su vasito de cachina para bajarla, a la vez que deslizaba su pulgar sobre el celular buscando algún video que la distraiga. De pronto, advirtió en la pequeña pantalla el anuncio del primer caso de coronavirus en el país. Se asustó. Sintió de pronto que a cada síntoma que el narrador de noticias mencionaba ella los tenía: tos seca, tosía, estornudos, estornudaba, dolor de garganta, le dolía. Chamare, ya me dio el coronavirus - se dijo.

Creía tener los días contados. Se angustiaba pensando en qué será de sus hijos cuando no esté, y cómo repartirá sus mayores bienes que consistían en un pequeño viñedo, una tele de 42 pulgadas full HD, 20 gallinas, 36 pollos,  y su celular Samsung Galaxy J5 . Pero lo que más le angustiaba era que todos se enteraran que ella sería el caso número dos en el Perú, vendría la prensa y le preguntarían cosas que ni ella sabe como por ejemplo, de qué manera llegó a infectarse.

Inocenta vive con sus dos hijos adolescentes. El mayor acabó el colegio el año pasado y le ayuda en la chacra. La segunda cursa el tercero de secundaria. Esta última, un poco más informada, la calmó diciendo que solo puede contagiarse si está cerca a la persona infectada. La mujer hizo memoria. Recordó a un chico estornudando a su lado, camino al mercado. Mamá, imposible, el primer caso es de Lima- le dijo su hija. Le regresó el alma al cuerpo. No estaba contagiada.  Falsa alarma.

Pero una semana después la cosa se puso seria. El presidente, en Mensaje a la Nación decretó que nadie salga de sus casas más que para lo necesario. Ya había en el país más de cien contagiados. Chamare - dijo una vez más Inocenta- ahora sí la fregada.

Lo primero que pensó es ir al mercado y abastecerse de lo más indispensable para sobrevivir. Compró un botellón de agua Cielo y dos paquetes enormes de papel higiénico de 24. No querían venderle más. Esto no será suficiente, dijo, y cogió un paquete de papel toalla.

Quería evitar la llegada del virus a su casa. Recordó que el eucalipto es bueno para los bronquios. Salió en busca de la planta, y al cabo de dos horas regresó empuñando un machete en una mano y la planta salvadora en otra, arrastrándola como si un árbol caído de yunza fuera.

Todos en su barrio sintieron el reconocible aroma del eucalipto, fusionado con un denso humo gris. Tenía hojas suficientes como para sahumar todas las tardes de marzo, pero apenas al tercer día una vecina fue a reclamarle que, por culpa de la quema, su casa se llenaba de humo irritándole los ojos. -Yo prefiero vivir ciega que morir del Covis- dijo imperturbable Inocenta, con los ojos más enrojecidos que la vecina, pero la retahíla de vecinos tocándole la puerta finalmente la hicieron desistir.

Pasaban los días y los casos aumentaban. El presidente en cada mensaje nuevo incrementaba el conteo de fallecidos mientras disminuía el número de camas UCI disponibles.  El no poder salir de casa le dificultaba a Inocenta tener ingresos con la venta de uvas, pollos y huevos. El Gobierno empezó a tomar medidas económicas salvadoras, pero ella no encontró su nombre en ninguno de los bonos, ni de 380, ni 760, ni el Independiente. Tampoco le llegó alguna de las canastas que repartía el municipio. Por su parte, el Congreso debatía la devolución de los aportes a las AFP pero esta noticia le importaba un cuerno porque nunca tuvo una cuenta de esas.

En su desesperación por falta de dinero, Inocenta wasapeó a Pocha, robusta morena de expresión ceñuda y atemorizante vozarrón que suele prestar dinero a los más angustiados. Llegó en un santiamén a su casa. No usaba mascarilla, y lo justificó porque decía ser de raza fuerte. Luego de una hora de amena conversación con Pocha; valgan verdades, de intercambiar las ultimitas del barrio, le dio el dinero, y la agregó a un grupo Whatsapp -sí, otro más- en el que intercambian recetas de cómo curarse del coronavirus entre uno que otro video chistoso.

Desde esa noche, nuestra protagonista empezó a experimentar dichas recetas. Primero con las gárgaras de limón y sal. Al siguiente día le agregó bicarbonato de sodio a la solución, aunque al parecer lo estaba haciendo mal porque en un nuevo mensaje decían que debe ser con agua caliente, “porque a ese bicho no le gusta el calor” decía en el video el pseudocientífico. Inocenta decía qué suertudos los piuranos porque su calor es de espanto.

Cada día variaba su rutina. Solía lavarse las manos con abundante agua y jabón cantando cumpleaños feliz porque por ahí leyó que así había que hacerlo -de repente el jabón se siente más querido y bota más espuma- pensó, aunque al poco tiempo cambió ese hábito por el alcohol en gel. Cuando regresaba de la calle, a la que iba a veces sin motivo aparente, pisaba su tapete con lejía al pie de su puerta, se cambiaba de zapatos y rociaba lejía diluida encima de la ropa. Esto último dejó de hacerlo cuando al tender su ropa lavada encontró miles de puntitos blancos en sus blusas y faldas.

Su mascarilla le costó diez soles. Era más económico que las que vendían en farmacias porque no eran desechables. Las podía usar todos los días, una enjuagadita y ya está. El protector facial, esa especie de mica que te hacen ver como un soldador, lo usó un solo día porque le ocasionó un colosal chichón cuando, yendo al mercado, el mecanismo se le iba empañando progresivamente hasta nublarse por completo. Caminó varios pasos a ciegas y, casi instintivamente, había cruzado en diagonal hacia la otra vereda hasta chocar con un poste. Ni más con esta cojudez, se dijo. De igual forma abandonó los guantes que no la dejaban cocinar bien porque rebanó un pedacito del jebe que sabe Dios al estómago de cuál de sus hijos habrá ido a parar.

Pero el día más feliz en toda la cuarentena, si acaso lo hay, fue cuando escuchó al presidente ordenar que salgan todas las mujeres. Contenta fue con su hija al mercado. Pasaron juntas un par de veces por el desinfectante como si del Paseo de las Aguas se tratase. Se encontró con dos amigas de su promoción, y tres vecinas. En ese intercambio de noticias una le comenta: vecina, se la han llevado de emergencia a la Pocha. -Pero queeeé, si hace una semana nomás vino a cobrarme la cuota del préstamo y estaba bien, aunque era bien descuidada, no usaba mascarilla, felizmente sólo la saludé de codito -dice Inocenta. Ambas echan a reír. Esa misma tarde cerraron el mercado del barrio porque la mitad de los vendedores salieron positivos en una prueba masiva que les hizo el municipio.

Por la noche, al preparar su consabido mejunje de kion, cebolla y sábila para prevenir el coronavirus, notó que algo no andaba bien. La mezcla  no sabía ni olía a nada. Un momento... Eso lo leí. Chamare, ahora sí me dio- dijo con expresión patidifusa.

Marcó a la línea del Minsa. Nunca entró su llamada. A primera hora de la mañana siguiente fue a Essalud para sacarse la prueba, y lo que vieron sus ojos parecía ciencia ficción. Había por todas partes personas asfixiándose, rogando por un espacio en el nosocomio, algunos en silla de ruedas, otros apoyándose en la pared, otros tirados en el suelo. Era surrealista. Se regresó raudamente, e intentó esta vez llamar a una clínica privada preguntando por el examen. Le contestaron de inmediato. Qué bendición- se dijo con alivio. ¿Cuánto cuesta el examen para el Covis? -dijo a su interlocutor-  690 soles señora. - asu... y la que dicen prueba rápida? Esa es la rápida señora, la molecular cuesta 1,700. -Ah ya, gracias.

Inocenta vio que el destino estaba en su contra, pero no se dejaría vencer. Recordó los momentos difíciles que le toco vivir. Sobrevivió al terrorismo de los 80, el terremoto del 2007, el paquetazo fujimorista y a dos gobiernos de Alan García, que no era poca cosa.

Con su hijo salieron en triciclo a vender uvas. La clausura del mercado le jugó a su favor porque rayó en ventas. Con lo juntado fue a la farmacia a comprar azitromicina, aspirina y paracetamol. Un amigo veterinario le vendió casi clandestinamente ivermectina indicándole la dosis que debía tomar. Por si acaso, también compró dos sobrecitos de Herbalife y Magnesol.

Literalmente probó de todo- excepto lo que sugería el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. -Eso de que tomes desinfectante debe ser un meme, no creo que sea tan idiota- dijo risueña.

Se enteró que estaban haciendo la prueba rápida gratis en la Plaza de Armas, no lo pensó dos veces y se hizo el examen. -Señora, usted salió positivo en igG para el coronavirus. Inocenta se puso blanca y ya se imaginaba siendo cargada en ataúd por los negritos bailando. -Señora Anicama, tranquilícese, eso significa que en algún momento estuvo con el virus, pero ya superó la enfermedad, pero por precaución debe estar una semana de cuarentena, no necesita medicamentos.

Se alegró un montón. Regresó como un rayo a su casa, más que por felicidad, porque se le acababa la batería de su celular. Comentó la noticia por Whatsapp a sus amigas casi como si hubiera alcanzado la inmortalidad, sin tener en claro aún como se contagió.

Hoy, a dos semanas del suceso, y mientras el mundo hace esfuerzos para hallar una vacuna definitiva, Inocenta cuenta su experiencia sirviéndose otro traguito de su bebida sanadora. -A mí me curó mi cachina... es que es alcohol pues, pero más efectivo. A su puerta llegan tres vecinos para comprar dos botellas del popular licor a doce soles.  Cuando le preguntan qué piensa del dióxido de cloro hace una mueca chistosa. -Ja. Esa es una estafa, puro negocio nomás. Esto si es la cura del Covis. ¡Salud! Estira el brazo y para adentro. Aún no vemos en redes a la cachina como la pócima milagrosa que vence al COVID-19; pero, así como tantas otras milagrosas recetas, no tardará mucho en aparecer.


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